Robert Frost 2

NOCHE DE INVIERNO DE UN VIEJO

 

Toda la intemperie lo miraba sombríamente

a través de la escarcha fina -casi separada en estrellas-

que se amontona en el cristal de los cuartos vacíos.

Lo que impidió que sus ojos devolvieran la mirada

fue la lámpara, cerca, inclinada en su mano.

Lo que le impidió recordar qué lo llevó

a ese cuarto rechinante fue la edad.

Se detuvo, rodeado de barriles, confundido.

Y habiendo amedrentado a la bodega de abajo

taconeando allí, la amedrentó una vez más

taconeando al salir; y amedrentó a la noche exterior,

que tiene sus sonidos, familiares, como el rumor

de los árboles y el crujido de las ramas, cosas comunes,

pero nada parecido a golpear una caja.

Una luz era él para nadie más que para sí,

donde ahora se sentó, preocupado con lo que sabía,

una luz quieta, y después ni siquiera eso.

Encomendó a la luna -como era, tardía-, a la luna rota,

mejor que el sol en cualquier caso

para el encargo, su nieve sobre el tejado,

el hielo a lo largo de la pared para cuidar,

y se durmió. El tronco, que se movió con una sacudida

en la estufa, lo perturbó y él se movió a su vez,

aliviando su pesada respiración, todavía dormido.

Un hombre anciano -un hombre- no puede llenar una casa,

una granja, un campo, o si puede,

esto  es, por tanto, lo que hace de una noche de invierno.

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Traducción: Yanina Audisio.

 

 

HOWARD ALTMANN

Mantener posición

 

La Historia se sienta en una silla

en una habitación sin ventanas.

Por las mañanas busca una puerta,

por las tardes duerme la siesta.

A la campanada de medianoche,

alarga su cuerpo y suspira.

Cuida el tiempo y pierde tiempo,

conoce su lugar y no conoce su lugar.

A veces considera a la silla un escalón,

a veces cree que la silla no está ahí.

Para las esquinas nunca se ve igual.

Se mantiene en pie bajo una luna llena.

La Historia se sienta en una silla

en una habitación sobre nuestras casas.

 

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In Vino Veritas

 

Y me entregué al poema.

Y el poema se me entregó.

Y me entregué al cielo.

Y el cielo se me entregó.

Y me entregué al viento.

Y el viento tomó lo que le di

y se lo pasó al cielo.

 

Y me entregué a las mujeres.

Y las mujeres se me entregaron.

Y me entregué a la herida.

Y la herida se me entregó.

Y me entregué a la esperanza.

Y la esperanza tomó lo que le di

y se lo pasó a la herida.

 

Y me entregué al vino.

Y el vino se me entregó.

Y me entregué a la luz de las velas.

Y la luz de las velas se me entregó.

Y me entregué a la memoria.

Y la memoria tomó lo que le di

y se lo pasó a la luz de las velas.

 

Y me entregué a la música.

Y la música se me entregó.

Y me entregué al árbol.

Y  el árbol se me entregó.

Y me entregué a la transformación.

Y la transformación tomó lo que le di

y se lo pasó al árbol.

 

Y me entregué al silencio.

Y el silencio se me entregó.

Y me entregué a la  luz.

Y  la luz se me entregó.

Y me entregué a la noche.

Y la noche tomó lo que le di

y se lo pasó a las estrellas.

 

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Ofrendas

 

A la noche le ofrecí una flor

y el cielo oscuro la aceptó

como la tierra, arropando

a la luz.

 

Al desierto le ofrecí una manzana

y las dunas la recibieron

como una boca, hablando

por el viento.

 

A la instalación le ofrecí un árbol

y el museo lo plantó

como un hombre, mirando

su lugar.

 

Al mar le ofrecí una semilla

y su cuerpo la disolvió

como el tiempo, componiendo

una vida.

 

Traducción: Yanina Audisio.

WILLIAM CARLOS WILLIAMS

Enero

 

De nuevo replico a los vientos triples
ejecutando quintas cromáticas de burla
fuera de mi ventana:
                                              Toquen más fuerte.
No triunfarán. Estoy
más atado a mis oraciones
cuanto más me azotan
para que los siga.
                                              Y el viento,
como antes, digita perfectamente
su música de burla.

 

Traducción: Yanina Audisio.